Powered By Blogger

sábado, 11 de diciembre de 2010

Diksy

         Cada noche de varano, cuando todo el mundo se iba a dormir y la pequeña ciudad montesina entraba en dulce sueño debajo de las innombrables estrellas, me encantaba tomar una ducha, casi fría, para quitar el cansancio, y luego me tumbaba sobre la sábana blanca y fresquita con que estaba cubierta mi cama turística allí, en el centro de la enorme terraza, debajo del cielo abierto, polvoreado de estrellas parpadeantes. Entre las hierbas en el jardincito se oían las voces de jóvenes grillitos, y poco después percibía el suave trote de los pasos de Diksy. Precioso ejemplar femenino, pastor alemana de pura raza, inteligente, adiestrada, fiel. Ella se acercaba hacia mi cama, daba una vuelta, me regalaba un beso húmedo en el pie, tocaba mi mejilla con su frío hocico y luego se tumbaba en el suelo a mi lado sin molestarme... Sólo veía cómo se mueven sus elegantes orejas a la derecha, a la izquierda, prestando atención a cada ruido nocturno, a cada movimiento y sonido. Mi valiente guardiana...


      En estas noches, llenas de paz y silencio, me perdía en las sendas de la Vía Láctea, me sentía inmensurablemente feliz, que tengo la posibilidad de gozar de esta belleza, respiraba profundamente el fresco aire nocturno, me sentía unida con lo infinito... Simplemente descansaba y la compañía de Diksy hacía que me sienta protegida y no sola.

      La crié en mis senos y año tras año en casa ella era el único ser, que me quería sin reservas e incondicionalmente y eso no sólo por el único pan...

      Y en una mañana soleada, en esta misma terraza, dónde con Diksy pasábamos nuestro merecido nocturno descanso, ella murió en mis brazos. Había resistido a la muerte toda la noche, había sufrido mucho, sin ladrar, esperándome que me levante... Diksy ya no tenía fuerzas para quedar de pie y tumbada de lado respiraba con dificultad. Esperaba solamente para verme con sus preciosos ojos oscuros, llenos de dolor y amor, y con una pregunta muda: “¿Por qué?”, tendió la cabeza y expiró... Me desplomé a su lado de rodillas y rompí a llorar desconsoladamente...

      Algo dentro de mí se rompió. Día tras día rechazaba aceptar la realidad que ella ya no está. Diksy se había ido de mi vida. Mi casa, el patio, los prados cercanos, las calles – cada rinconcito estaba lleno con el recuerdo de ella, de su presencia.

      Este mismo verano era muy caluroso y los únicos instantes de verdadero descanso eran por las noches... En medianoche, tumbada en mi cama en la terraza, miraba las estrellas y en silencio lloraba la perdida de Diksy. Debajo de la preciosa bóveda celeste, como y antes mi alma estaba disuelta en lo infinito, pero mi soledad y el sentido de desamparo aquí en la tierra, me desgarraban.

      Y una noche ocurrió algo inexplicable. Sentí un ligero beso en mi pie y luego un toque en mi mejilla de un hocico frío – el hocico de perro. Me quede sin aliento, no me atreví ni moverme. Pensé que estoy soñando. Pero no, la sentí, sentí la presencia física de Diksy a mi lado. Había leído que los animales como las personas tienen almas...

      De allí, de lo infinito, ella vino para estar conmigo un rato, invisible, fiel, atenta y tierna, vino a darme un beso y un suave toque, que para mí no tenían precio. Volvió por unos instantes allí, donde sabía que la quieren hasta dolor, para secar mis lágrimas, para consolarme, diciéndome: “Estoy aquí, te quiero y siempre estaré a tu lado para protegerte, así como sólo yo sepa, estés donde estés”...

No hay comentarios:

Publicar un comentario