Powered By Blogger

sábado, 11 de diciembre de 2010

Alba después de tormenta

      Después de la tormenta anoche, el alba estaba tranquila y serena, como si nada hubiera ocurrido… El aire, impregnado de fuerte olor de tierra y arenas mojadas, acariciaba cansado las hojas afiladas de las palmeras. Entre las verdes y presumidas hojas de los naranjos se asomaban con caritas brillantes y limpias centenares de naranjas, buscando las primeras caricias del sol. Y él, todavía somnoliento, recién bañado y radiante, se levantaba de su lecho marítimo, regalando besos a todo el mundo. El fuerte viento nocturno había barrido la playa y la arena estaba plana, virgen, sin rastros y pasitos – como en una otra realidad – casi irreal…


      El barranco seco, de que ni siquiera sabíamos que existía, con increíble fuerza se ha llevado por delante una enorme cantidad de la arena de la playa, abriéndose amplio y cómodo lecho hacia las aguas saladas del mar. En las primeras horas de la mañana el arrollo ya tranquilizado, pero todavía no de todo transparente, bajaba libre y alegre por su cauce, suavizando con su dulzura las aguas marinas. Una bandada de gaviotas se estaba divirtiendo, bañándose en el arrollo, dejando que las aguas les acerquen hacia la mar, luego se levantaban en vuelo bajo y volvían en el punto de donde salía con fuerza la abundante corriente. Allí de nuevo se dejaban que les lleve el arrollo y que les acarree hacia el mar. Repetían varias veces su juego, ruidosas, alegres y no sabía qué es lo que veía – gaviotas, patitos o niños – jugando. En una mañana normal y corriente era imposible de ver una cosa parecida. Algunas de las gaviotas, cansadas del juego, dejaban el arrollo y serias y atentas arreglaban su plumaje en la arena. Y nadie las molestaba, estaban allí, en su propio reino y terreno natural – libres y felices.

      El viento susurraba dulcemente, despeinándome, trayéndome el aroma de sal y algas marinas del increíble oleaje… Escondida tras de la palmera, creo que era la única admiradora del precioso espectáculo que me han ofrecido las gaviotas.

      La costa y las playas de Benidorm, son superpobladas, pero esta mañana era especial, una mañana después de tormenta, que ha dejado en sus cómodas camas los miles de turistas y los madrugadores que pasean por la playa de muy pronto cada día.

      Estaba sola en la costa. Tras mis espaldas – la ciudad todavía silenciosa y medio dormida y delante de mi – un mar agitado, cuyas enormes olas, verdes y ruidosas, saltaban cabeza abajo contra la arena. Como si estuvieran competiendo – cual de ellas será más bella, con más grande y espumosa melena, cual va a tener más fuerte voz, para que la oigan a más lejos… Y volvían, y volvían de nuevo – miles, millares de veces – sin cansarse, declarando su eterna presencia y amor a la costa, llenando mi ser con admiración y paz.

      Lejos, al horizonte, el sol estaba jugando al escondite con blancos cúmulos y sus brillantes rayos reflejaban de la agitada superficie marina.



      Dos días más tarde del arrollo no había ni rastro, su lecho estaba de nuevo cubierto de arena y el terreno de la playa igualado de la mano humana. La bandada de gaviotas estaba en el mismo sitio – en su costa natal – quizás buscando y escuchando el canto apagado de las aguas dulces, enterradas y escondidas bajo las arenas… No les hemos dejado otra opción – les quedaba por esperar la siguiente tormenta, para que pudieran disfrutar de nuevo sus divertidos juegos y sentirse por poco las únicas preciosas reinas de la playa de Poniente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario